Tato Bores
era Profeta.
Por:
Enrique G. Avogadro.
“La paz que has elegido es peor que mi
guerra, lo que pudo haber sido y lo que
nunca será”
Joaquín Sabina.
Seguramente, si usted tiene menos de
treinta años, no recuerde el episodio pero, en las últimas etapas de su
prolongadísimo ciclo televisivo, Tato Bores, “el cómico mayor de la nación”,
creó un personaje nuevo. Se trataba de un científico alemán -arqueólogo para
más datos- a quien la Universidad de Heidelberg le encomendaba investigar la
presunta existencia anterior, en el sur de América, de un país que se habría
llamado Argentina; la presentación era acompañada por un mapa en el cual
nuestro territorio estaba ocupado, totalmente, por el mar, como remedo de la
mitológica Atlántida.
Obviamente, era un
profeta, ya que hoy nos enfrentamos a la desaparición como entidad
independiente; nadie supone que se hundirá, pero sí que explotará como ha
sucedido con muchas otras naciones (Yugoslavia, Checoslovaquia, Unión
Soviética, etc.), y podrá pasarle a otras (España vs Cataluña, Gran Bretaña vs
Escocia, Bélgica, etc.). En algunos casos, se formaron nuevos países
independientes; en otros, regiones enormes fueron anexadas a sus vecinos. A
veces, el motivo fue una guerra (Estados Unidos vs Texas o Nuevo México,
Argentina vs Chaco, por ejemplo); otras, conflictos internos (Colombia vs
Panamá). Y en muchos casos, fue la simple y constante decadencia, eventualmente
sumada a la declinación económica, la que produjo el triste final.
Es decir, que la producción de un
hecho como esos –que, en nuestro caso, seguramente se transformaría en la
anexión de territorios por nuestros vecinos- no sorprendería demasiado a los
estudiosos de la historia universal. Pero debiera afectarnos mucho, y obligar a
ocuparnos –ya no preocuparnos- de encontrar una alternativa viable.
Hoy, mal que nos pese y de cuanto
hagamos para ignorarlo, la República Argentina se cayó o, mejor, la hicimos
caer. Como diría María Elena Walsh, “no es lo mismo ser profundo que haberse
venido abajo”; esto es lo que hemos hecho, todos, con el país que recibimos de
nuestros ancestros y que hubiéramos debido conservar para nuestros hijos y
nietos.
A mi
modo de ver, el primero de nuestros males –que no es de ahora, sino que viene
arrastrándose, ante nuestra indiferencia, hace décadas- es la destrucción de la
educación en todos los niveles, lo cual nos deja sin futuro.
Ya el 10 de marzo
de 2011, me explayé sobre el tema en “Estúpida Universidad” (http://tinyurl.com/bx9t7mt); le ruego la lea
para conocer, o recordar, mi propuesta (basta con pinchar en el link).
El
martes pasado, Marcelo Zlotowiagzda, en el tercer bloque de su programa
“Palabras más, palabras menos” (http://tinyurl.com/b9sxgml) entrevistó al maestro Guadagni, un economista conocido y, tal vez, una
de las personas que más sabe de estadísticas de la educación. Como demostración
palmaria de las causas de nuestra carencia de futuro, hizo notar que, según el
censo que realizó la Universidad de Buenos Aires en 2011, mientras se habían
graduado 34.071 abogados y contadores, sólo lo habían hecho quince ingenieros
hidráulicos, veinticuatro ingenieros en petróleo y trece ingenieros nucleares,
y que la participación en el alumnado de estudiantes provenientes de colegios
secundarios públicos había descendido desde el 54% (1992) al 40% (2011),
confirmando así un apotegma de Andrés Cisneros:
“La universidad
gratuita es la universidad del privilegio”.
Guadagni, sosteniendo que el ingreso
irrestricto y la gratuidad indiscriminada de la enseñanza eran dos disparates,
relató el ínfimo porcentaje de graduados de nuestras universidades públicas
(25% en promedio, con simas de 4%) versus los datos que proporcionan países
como México, Chile y Brasil (55%), pese a que el porcentaje de estudiantes
universitarios en Argentina duplicaba el que exhibían esos países; y sostuvo
que el sistema de cupos y de becas, como método para orientar la educación
universitaria a las carreras que el país necesita, para autofinanciar la
universidad y para mejorar sensiblemente el sueldo a los profesores, se
aplicaba en regímenes tan disímiles como la ex URSS, en China, en Cuba, en toda
Europa y, más recientemente, hasta en el Ecuador de Rafael Correa.
Dejó claramente establecido que hay que
actuar sobre la educación primaria y secundaria, para garantizar la elemental
igualdad de oportunidades que nuestra Constitución manda, y abundó en cifras
que demuestran el tamaño de esa deuda social a diecinueve años de su sanción.
El incumplimiento de la ley de jornada extendida en el nivel inicial es
terrible; simplemente atravesando la Av. Gral. Paz, el porcentaje de chicos que
asisten a escuelas de jornada doble desciende del 45% al 4%, condenando a
millones de ellos a la exclusión y a la marginalidad. La mera constatación de
la existencia de un millón de jóvenes “ni-ni”, que no estudian ni trabajan,
demuestra claramente esta hipótesis.
Pero lo que más me impresionó fue la segunda
parte de ese bloque, en el que el entrevistado fue el Presidente de la
Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), Alejandro Lipcovich; quien
encabeza la organización que nuclea a los estudiantes de la ciudad capital, es
decir, a quienes debieran ser los más preocupados por el panorama que había
presentado el profesor, respondió sólo con consignas y con dogmas, negando la
realidad en nombre de una ideología trasnochada y ridícula.
No se trata sólo de asignar recursos sino de
hacerlo en forma inteligente y, en especial, pensando en mejorar la capacidad
de los alumnos de aprender y realizarse como personas. Se trata de objetivos de
largo plazo, tan lejanos y poco visibles en lo inmediato que dejan de figurar en
el horizonte de los políticos, es decir, de seres incapaces de dejar de pensar
en las próximas elecciones para hacerlo en las próximas generaciones.
La ignorancia de la sociedad en general, y de
la clase política en particular, acerca de la gravedad del tema de la
decadencia de la educación, por la consecuente inviabilidad de inserción de la
Argentina en el mundo que viene, hará que nuestro país, uno de los principales
productores de alimentos y por ello imprescindible en la geopolítica del
hambre, se transforme en epicentro de preocupaciones globales, ya que nadie
consigue explicarse por qué, habiendo sido un faro de luz cultural e
intelectual, tan rico y con tantas posibilidades dadas por la naturaleza, ha
sido convertido por nosotros mismos en una nación insignificante e ineficiente
y, sobre todo, en fase de derrumbe final.
Bs.As., 27 Ene 13.
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