Capando Palabras.
Por :
Enrique Guillermo Avogadro.
“Más difícil aún resulta delimitar el momento
en que se produce el paso de la omnipotencia a la impotencia, de la buena
fortuna a la adversidad, de lo brillante a lo enmohecido”
Ryszard Kapuściński.
He escrito
innumerables notas acerca de la brutal y genocida corrupción que hoy reina en
la Argentina, infinitamente superior a todo lo ocurrido en el pasado, incluida
la década menemista. Recuerdo que, una vez, a raíz de una editorial en la que
me preguntaba por qué los argentinos no relacionábamos la corrupción con el
deterioro de nuestra vida personal, un periodista norteamericano me llamó y
respondió: “entre los pueblos
sajones, la cosa pública es de todos; entre los latinos, no es de nadie”.
Más allá de
la inteligente proposición, vuelvo a preguntarme, en razón del nuevo crimen de
Castelar, y a la luz de las gigantescas denuncias de Carrió y Lanata, cómo
puede ser que los familiares de los muertos y heridos ferroviarios no se den
cuenta que la sangre derramada se ha convertido en los billetes de quinientos
euros que la familia imperial y mafiosa que nos gobierna ha acumulado en sus
bóvedas del sur, muchos de ellos transformados en diamantes durante la gira que
doña Cristina y Patotín realizaron a Angola, con nulos
resultados comerciales para el país.
Periodistas
y analistas bien intencionados dudan antes de decir la verdad, pura y dura; por
ejemplo, escriben que, durante la “década
ganada”, el Gobierno derivó
veinticinco mil millones a los empresarios del transporte amigos.
Como en
tantos otros casos, tal vez para evitar acciones legales, recurren a eufemismos
para enmascarar la realidad: los Kirchner no le repartieron dinero a otros sino
que, lisa y llanamente, se la metieron en su propio bolsillo utilizando
testaferros de todo tipo.
Para que
quede claro a qué me refiero: los Cirigliano, Ricardo Jaime y Schiavi son
Kirchner, De Vido es Kirchner, Lázaro Báez es Kirchner, los Eskenazi son
Kirchner, Jorge Brito es Kirchner, Ferreyra y sus socios (ElectroIngeniería)
son Kirchner, Cristóbal López es Kirchner, Spolsky es Kirchner, Rudy Ulloa Igor
es Kirchner, Recalde y La Cámpora son Kirchner, y la lista puede prolongarse
hasta el infinito si agregamos a ella a la contraparte de tanta inmundicia: los
empresarios que pagan por medrar y cazar en un zoológico, que también son
Kirchner, como lo son los jueces federales que, ante las denuncias, miran para
otro lado, sobreseen las causas sin investigar o demoran semanas cruciales
allanamientos.
De uno y
otro lado del mostrador, don Néstor (q.e.p.d.) era el verdadero dueño de las
empresas y campos que sus testaferros compraban, y su viuda y sus hijos las han
heredado.
¿Esto no lo saben los periodistas que investigan?
¿No lo saben los
padres de Lucas, el chico cuyo cadáver estuvo dos días dentro de un vagón en
Once?
¿No lo saben los pobres e indigentes del Conurbano que ven, todos los
días, morir a sus hijos por la adicción al “paco”?
¿Lo saben los deudos de los
veintisiete muertos por día en accidentes en las rutas, que nos han convertido
en el país más luctuoso del mundo en la materia?
Los
chacareros y los habitantes de los pueblos chicos del interior, ¿no saben que
el dinero con el que se hubiera podido pavimentar los caminos de tierra está en
las bóvedas de estancias sureñas? Esos productores y pequeños propietarios,
¿ignoran que cobran por sus cosechas un dólar de tres pesos porque los Kirchner
perdieron, con el propósito de robarse YPF, reservas de energía equivalentes a
quinientos millones de cabezas de ganado?
Cuando
escribí mi nota anterior, “Calesita Estrellada”, ignoraba cuán rápido mis
pronósticos se confirmarían. Por una parte, la centro-derecha ratificó su
estupidez congénita al lograr fracasar, con gran esfuerzo, en todos los
intentos de constituir una gran confluencia de ese origen, a contrapelo de lo
que sí hicieron los partidos de izquierda en la ciudad y en la Provincia de
Buenos Aires.
Por la otra,
la señora Presidente se ocupó de informar al mundo que pretende replicar aquí
el modelo de ¿justicia? que su fallecido patrocinador, el Papagayo Caribeño, impusiera en
su país, donde una señora Juez, por el sólo hecho de haber fallado en contra de
los deseos del tirano, pasó cuatro años en la cárcel, sufrió violaciones y
golpizas y hasta ayer padeció arresto domiciliario.
También
imita a Pajarito Chiquitico en su permanente denuncia de
ridículas conspiraciones –la última del venezolano incluyó la compra de
dieciocho aviones de combate por la oposición-, para justificar las enormes
catástrofes que el gobierno bolivariano ha derramado sobre su población:
inseguridad, inflación, caída en la producción de combustibles, escasez y
racionamiento de alimentos y hasta de papel higiénico, corrupción, tráfico de
drogas, lavado de dinero, etc. ¿Nota usted alguna semejanza con nuestra
realidad? ¿Recuerda que aquí los empresarios son responsables de la inflación,
y no la brutal emisión que se ordena realizar al Banco Central? ¿Qué la prensa
independiente conspira denunciando bolsos, aviones y bóvedas? ¿Qué los
maquinistas, aliados a “Pino” Solanas, chocan los trenes a propósito para perjudicar
a Randazzo?
Volviendo al
mal uso de las palabras, o a la prudencia en utilizarlas, debemos claramente
decir que. además de cometer todo tipo de tropelías contra la vida y la
propiedad que, por sí solas deberían llevarla a la cárcel de por vida, la señora Presidente es golpista y destituyente. Con su forma
de gobernar y, en especial, cuando encabeza el ataque militante a la Corte
Suprema, está violando la Constitución Nacional (artículos 1º, 14, 14 bis, 16 a 19, 22, 27 a 29, 31 a 34, 36 a 39, 41 a 43) e incurriendo en
todos los delitos descriptos en los títulos X y XI del Código Penal. Como
consecuencia de esa descripción, con la que nadie –salvo, por supuesto, “Carta
Abierta” y “Justicia Legítima”- puede disentir, no solamente debe ser
inmediatamente sometida a juicio político, sino calificada como infame traidora
a la Patria, como dice la propia Constitución.
Si los argentinos
queremos tener un
futuro como nación republicana, representativa y federal, debemos no sólo dejar
de ser prudentes y cobardes sino comenzar a hablar –y hablarnos- claro y llamar
a las cosas por su nombre: lo que estamos viviendo es el gobierno de una banda
gigantesca de delincuentes, que han entrado a saco en todos los terrenos, con
el propósito de enriquecerse, de robar bienes y empresas y, además, de
convertirnos en un narco imperio, podrido hasta sus cimientos, que necesita
contar con cada vez más pobres/clientes para disfrazarse de demócratas; en ese
camino, no trepidan en pisotear leyes y tratados y desconocer derechos y garantías.
Está en
nosotros impedir que vayan por todo y, finalmente, lo consigan.
Bs.As.,
16 Jun 13
Enrique Guillermo Avogadro.
Abogado
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