2013
Cuando
estén
secas
las pilas.
Por
Enrique Guillermo Avogadro.
Abogado.
“Sólo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad.
A medida que las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de amos”.
Benjamin Franklin.
Si muchos,
hasta la semana pasada, dudaban del apocalíptico futuro que he venido
prediciendo para este año en la Argentina, lo sucedido en Venezuela desde las
elecciones del domingo pasado ha comenzado a convencerlos.
El inefable Pajarito Maduro y, con él, el régimen
chavista ha demostrado a qué extremos los gobiernos populistas y corruptos, que
han proliferado en la última década en América Latina, están dispuestos a
llegar para conservar el poder. Nuestro país, que tanto ha hecho para parecerse
al caribeño no es una excepción; los diarios de estos días de Caracas pueden
ser leídos como una anticipación de lo que sucederá aquí antes de octubre.
La encuesta
dada a conocer por Jorge Giacobbe ha informado, urbi et orbe, que el
cristinismo perderá las elecciones en la crucial Provincia de Buenos Aires,
cualquiera sea el escenario en que se produzcan; es indispensable destacar que
ese estudio es anterior nada menos que a las inundaciones de La Plata, a las
revelaciones de la corrupción en televisión, a los inmundos avances sobres la
Justicia y a la masiva protesta del 18A. Puedo afirmar, por lo demás, que el
Gobierno es consciente de esa ineludible realidad.
La economía
prácticamente en recesión, la creciente inflación, la caída de la recaudación
de la soja debida a precios y rindes menguantes, las reservas monetarias al
borde de la inanición, el débil crecimiento de Brasil, el déficit fiscal
enorme, la brecha cambiaria y, sobre todo, las mayores importaciones de
combustibles, producto del incendio en la destilería, permiten augurar que,
esta vez, no dispondrá de más carne para echar a la parrilla del bolsillo
consumista del ciudadano antes de esas elecciones, en la cual se juega todo su
futuro y que, como digo, perderá.
Las
matemáticas son simples.
En la Ciudad de Buenos Aires, en las provincias de
Santa Fe, de Córdoba y de Mendoza, y también en la propia Santa Cruz, es
inexorable que el Gobierno sufra una derrota memorable y, en algunas de esas
jurisdicciones, saldrá tercero o cuarto. Si, como dijo Giacobbe, con enormes
pergaminos que lo avalan, le sumamos la Provincia de Buenos Aires, el resultado
será que el oficialismo dejará de disponer de las mayorías de las que hoy abusa
en ambas cámaras del Congreso, cualquier proyecto reeleccionista estará
indefectible enterrado, el peronismo territorial huirá espantado y doña
Cristina se habrá transformado en un yogurt, con fecha cierta de vencimiento.
Si miramos
desde ese ángulo lo que ocurre en Venezuela, mi vieja afirmación acerca de la
decisión de incendiar Roma antes que entregar el poder adquiere una perspectiva
más verosímil; ayer mismo, en su nota en Perfil, Dante Caputo coincidió es que
las probabilidades de que ello ocurra son cada día más concretas. Podrán
oponérseme argumentos tales como la enorme movilización de la ciudadanía, sea a
favor o en contra de Capriles, o la obediencia ciega de un sector del ejército
bolivariano al régimen pro-cubano vigente, pero nada de ello invalida una
comparación con nuestra realidad.
El éxito
numérico del 18A tuvo causas concurrentes, pero fue determinante la masiva
difusión que le dio Lanata a una corrupción conocida que, hasta ahora, no
figuraba entre las prioridades de la ciudadanía. Desde estas notas, como puede
comprobarse en mi blog, he denunciado ininterrumpidamente hechos peores,
inclusive, que el affaire Kirchner-Báez, pero nadie lo escuchó.
El cachetazo
que el Gobierno está propinando a la República en el Parlamento, contemporáneo
de la concentración, casi produce la invasión al Congreso; el periodismo
debiera dar a conocer, con fotos, la lista de los legisladores que, con
obediencia debida e irracional, levantaron la mano en ambas cámaras para
concretar este verdadero golpe de estado.
El segundo
mensaje –el primero fue “Constitución, República y Decencia”- que la marcha
emitió no estuvo dirigido a doña Cristina sino a los opositores, porque la
sociedad está verdaderamente harta de sus ridículos personalismos, para que se
decidan a unificar su propuesta electoral para enfrentar a esta calamidad.
Algunos de los más lúcidos políticos están proponiendo la conformación de dos
agrupaciones de partidos, una de centroizquierda y la otra de centroderecha;
luego, ambas irían a respectivas internas y conformaría la lista final de
candidatos de acuerdo a la cantidad de votos obtenido por cada uno de ellos,
con lo cual todos estarían representados por sus mejores hombres y mujeres.
Obviamente,
aceptar esa propuesta es para espíritus altruistas que, lamentablemente,
escasean en el escenario nacional. Quienes se sienten ganadores en una
circunscripción no se resignan a perder parte del poder que suponen ostentar en
beneficio de otros que, tal vez, puedan aportar más capaces personas. Para eso,
la ciudadanía en general, esa que llenó las calles el 18A, debe imponerse y
exigir a quienes se pretenden dirigentes que terminen, de una vez, con esta
manera tan infantil de entender y de ejercer la política.
No se trata
de coincidir en un programa general de gobierno sino en ponerse de acuerdo en
algunas premisas básicas e inamovibles. Por mi parte, me permito resumirlas
así: volver al sistema de división estricta de poderes; desterrar la lista
sábana e implantar la boleta única; derogar las leyes de blanqueo y de
emergencia económica; regresar al federalismo fiscal; prohibir, en todos los
ámbitos públicos, aún en los no estatales, la reelección por más de un período;
exigir la contraprestación laboral y educativa para los planes sociales;
recuperar la seguridad jurídica y respetar, a rajatabla, los contratos y las
sentencias; establecer una política de estado firme y coherente para luchar
contra el narcotráfico y el lavado de dinero; reinsertar a la Argentina en el
mundo; y establecer una clara y transparente política migratoria.
Sobre cada
uno de esos títulos podremos discutir la forma concreta de llevarlos a la
práctica, pero ese debate debe ser dado a la luz pública, de modo tal que la
ciudadanía sepa cómo están desempeñando sus mandatarios las tareas para las
cuales fueron elegidos. Esto es básico, ya que debemos abandonar esta falsa
democracia “delegativa”, tan en boga en los regímenes populistas que han
empobrecido y marginado a sus países, y regresar a la verdadera, la
“representativa”; en la primera, los derechos civiles se reducen a la emisión
del voto mientras que, en la segunda, la participación de la sociedad, en todas
sus formas, se ejerce permanentemente, con el control de los actos del
gobierno.
No basta con
que la sociedad exprese su bronca en las calles cada cierto tiempo o pida la
ayuda de S.S. Francisco para evitar que este “modelo”, cada vez más expuesto en
sus costados más cloacales pero aún así determinado a ir por todo, consiga sus
objetivos. La movilización ciudadana debe ser permanente, la exigencia a los representantes
cotidiana y la defensa de la Constitución activa y militante. Es el propio país
y nuestra libertad lo que se está jugando en estas horas, y de nuestra
conducta, individual y social, dependerá que esta vez salga pato o gallareta.
BsAs,
21 Abr 13
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
Abogado
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