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sábado, 9 de febrero de 2013

2013

Opinión:

Por :
Carlos 

Berro 

Madero



El falso keynesianismo de un gobierno incapaz y obnubilado.

John Maynard Keynes (1883-1946) introdujo en su obra algunas ideas que pretendieron rebatir ciertos conceptos “clásicos” de la economía, haciendo  hincapié en los inconvenientes producidos por lo que algunos autores denominaron “desocupación involuntaria”.
Durante un largo período de la historia, se había sostenido que la plena ocupación con un salario “justo” se iría acomodando siempre por una
“reformulación” del mismo que estaría relacionada con cuestiones estacionales referentes a la oferta y la demanda.
Lo que no se previó es que algunos trabajadores quedarían sin trabajo alguno por períodos más largos durante ciertas crisis prolongadas, ya que las teorías “clásicas” se habían ocupado poco de las consecuencias colaterales de dichas fluctuaciones.
Keynes puso en duda que durante esos períodos los ahorros fueran invertidos por los particulares en nuevos negocios. 
Para él, parte de ese dinero iba a parar a un Banco, que muchas veces lo mantenía fuera del circuito productivo.
Dichas sumas se convertían así -en su opinión-, en ingresos no dirigidos a producir bienes de consumo y la cantidad de los mismos dependía siempre del monto de la renta de cada categoría económica, provocando un incesante aumento de los precios.
En efecto, para Keynes las variaciones del ahorro sufrían oscilaciones enrelación con los incrementos marginales de la renta de cada ciudadano de acuerdo con sus ingresos. 
La determinación de consumir de quienes ahorran
poco, los asalariados, es relativamente estable, decía el economista, mientras que la inversión de quienes tienen mayor capacidad para hacerlo, por ser más ricos, es relativamente inestable.
La doctrina keynesiana confería entonces a los gobiernos el carácter de grandes“compensadores” de los eventuales “desacoples” del capitalismo
privado. 
Éstos deben invertir necesariamente, sostenía, cuando las perspectivas comerciales son tan pobres que las inversiones privadas se estancan, puesto que dichos gobiernos no necesitan obtener ganancias y una inversión de su parte genera tantos ingresos como una inversión privada de
igual magnitud.
Pero, al mismo tiempo, Keynes se interesó siempre por la “estabilización” de la renta total y creía firmemente que eran los mercados libres los que debían determinar los precios de las cosas y la distribución de los recursos de acuerdo con las conveniencias del consumidor.
En modo alguno propició la sustitución del capital privado por el capital estatal, recomendando únicamente mantener baja la tasa de interés para estimular las inversiones y desalentar la cultura de la renta.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, Keynes contribuyó a los trabajos que se llevaron a cabo en el Fondo Monetario Internacional (tan denostado por los Kirchner), para estabilizar las monedas y promover inversiones que garantizaran que no cayese el valor de las mismas y pudieran generar crisis y desocupación.
Al mismo tiempo, desautorizó explícitamente a algunos continuadores de sus teorías que falsificaron sus conceptos, propiciando la defensa de controles rígidos y permanentes del comercio que provocaban aislamiento, engendrando ciertos 
desequilibrios imposibles de corregir (algo de esto habría querecordarle al contradictorio “profesor” Kicillof).
Esta brevísima síntesis, a la que hemos despojado de tecnicismos académicos, explica por qué motivo el keynesianismo declamado por algunos funcionarios de Cristina, es una paparrucha de marca mayor.
Una más, en realidad, de un gobierno integrado por hombres mediocres en solemnidad.
Keynes no hubiera respaldado nunca el establecimiento de un capitalismo de amigos, 
que creara monopolios protegidos y subsidiados que jamás logran “estabilizar” la producción y “redistribuir” los ingresos, tendiendo más bien a
concentrar la riqueza en pocas manos.
Citar al economista británico -entre otras mistificaciones tan caras al kirchnerismo-, es por tanto una mascarada más de quienes han echado mano a cualquier recurso dialéctico para justificar tropelías provenientes de su absoluta ineficiencia.
No debe olvidarse además, que todos los cuerpos de doctrinas económicasno solo las de Keynes-, persiguieron siempre un objetivo moral y un propósito  cívico; presupuestos ausentes en la política de los Kirchner, verdaderos oportunistas que solo se interesaron por lo que les permitiera enriquecerse y mantener el poder, tolerando una corrupción abominable.
Hemos escrito estas reflexiones porque creemos, como decía John Stuart Mill,que “muy pocos hechos pueden revelar su propia historia, sin comentarios que saquen a la luz su contenido”.
Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com
Fuente :NOTIAR.

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