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sábado, 14 de abril de 2012

    Movimiento Nacional      
CívicoMilitar Cóndor

RECORDATORIO PARA OPOSITORES.  

Por José Enrique Miguens.

Desde hace unos pocos años, científicos sociales norteamericanos están estudiando las relaciones entre el nivel de desarrollo cognitivo y moral de la gente según las teorías de Piaget y de Köhler y la manera que tienen de ver y juzgar los acontecimientos políticos. Simplificando mucho podemos decir que en general hay tres modos de aproximarse a los hechos políticos.
Ciertas personas, grupos y sectores ven y consideran a los acontecimientos políticos que tienen alrededor, como eventos aislados sin conexión con otros, tienen una visión atomizada de los acontecimientos que solo les permite criticarlos o elogiarlos. Podemos decir que lo hacen con un nivel de desarrollo "infantil".
El siguiente nivel de desarrollo o "nivel adolescente", ubica las cuestiones políticas dentro de un proceso social, como pasos que contribuyen a llevar las cosas en una u otra dirección, con lo cual les dan un sentido.
El nivel psicológicamente más evolucionado o "de personas maduras", además de tener en cuenta las otras dos maneras de ver las cosas, las organiza en un contexto, relacionando unas con otras las medidas de los gobiernos, para apreciar los resultados conjuntos que tienen para la entera sociedad.
Mucho me temo que, en la reciente discusión acerca de la ley de medios y los avances sobre Papel Prensa impulsados por el marido de nuestra Presidenta, muchos sres. Diputados y Senadores y muchos dirigentes políticos han tratando este gravísimo asunto, como lo han hecho con leyes anteriores, en un nivel "infantil" de inteligencia política. Permítaseme, como contribución para aclarar los términos de esta importantísima cuestión, mostrar cómo puede tratarse con niveles más maduros psicológicamente, en términos de procesos y de contextos. 
La ley de medios en el proceso de descomposición de nuestra sociedad. 
Hace ya bastante tiempo que, en los manuales de sociología, figura la sociedad argentina como un caso paradigmático de "anomia aguda". Esta no significa, como suelen decir nuestros comentaristas negadores de la realidad, que aquí no se cumplen las leyes; el asunto es mucho más grave. El término griego anomía que empleó Durkheim para caracterizar esta situación, significa la ausencia de nomos, o sea, de normas sociales de comportamiento, de convivencia y de solidaridad, que son lo que permite funcionar a una sociedad. 
"Anómica" es pues una sociedad desintegrada y en descomposición, en la cual las instituciones y las leyes pierden su función integradora y existen sólo formalmente; los dirigentes de tal sociedad pierden todo prestigio frente a la población, tal como lo documentan aquí reiteradamente las encuestas sobre el tema, y diminuye al mínimo la solidaridad social. Todo esto desanima a la gente e impide cualquier acción nacional concertada 
Naturalmente, el sistema político no escapa a este proceso social de desintegración y de desprestigio, y ya ha dejado de funcionar como tal. No estamos aquí en un sistema político democrático con algunas patologías que hay que corregir, como dijo equivocadamente hace unos días un legislador electo por el radicalismo, creencia que comparten muchos que todavía hablan de nuestra política como si estuviéramos en Gran Bretaña o en Suecia. Tenemos que darnos cuenta que, en una situación anómica como la nuestra, el sistema político no cumple ninguna de sus funciones, tales como mantener la cohesión de la sociedad, disminuir los conflictos y resolver los problemas nacionales mediante acciones concertadas, tal como ocurre en varios países vecinos al nuestro.
Una sociedad en estas condiciones, al no estar basada en la solidaridad ni en objetivos concretos y elevados, como dijera con su habitual estilo rotundo Ezequiel Martínez Estrada, es fácil presa de gavillas, bandas o tropas que se apropian del sistema político para su propio beneficio.
Estamos en un proceso de descomposición que ha sido agravado intencionalmente por el régimen kirchnerista, como lo revelaría una consideración contextual que no nos permite el espacio disponible, descomposición que ha sido aprovechada por éste para ir adquiriendo cínica e irresponsablemente un poder tal que ya lo convierte en una tiranía. 
Esto se comprueba ubicando en un proceso una serie de leyes por las cuales el Poder Ejecutivo ha ido adquiriendo cada vez más poder arbitrario e incontrolado, cedido por un Parlamente indigno. Ya tiene el poder de manejar el Presupuesto Nacional a su antojo, y ahora ha presentado un proyecto para prorrogar los impuestos actuales por 10 años y suspender la vigencia de la ley de responsabilidad fiscal: tiene el poder de controlar y presionar a los jueces, de manipular y dirigir a todos los medios masivos de comunicación y ahora está tratando de eliminar del Código Penal el delito de calumnias e injurias para, con los medios a su disposición, poder difamar a su placer y sin consecuencias penales la honra de periodistas, políticos y personas de bien que no se dejan manosear. Ha enviado un proyecto de reforma política diseñado para que Kirchner gane la próxima elección. Finalmente, se le ha delegado prácticamente el poder de legislar mediante los decretos "de necesidad y urgencia" que nadie controla. 
Sólo faltaría, para completar el cuadro, autorizarlo a aplicar penas de prisión para consolidar su dominio total. Pero pienso que no lo necesita, porque tiene medios, mediante sus patotas a sueldo en todo el país, para atemorizar a la gente e impedir hablar a sus oponentes.
En esta perspectiva de proceso, vemos como, con la Ley de Medios junto con los avances sobre el control del papel para diarios y de la distribución de éstos, más la eliminación de las calumnias e injurias como delitos, se completa el último eslabón de sistema de dominación total establecido por Néstor Kirchner. Cuando los personeros del oficialismo se referían al debate de la Ley de Medios como "la madre de todas las batallas", claramente se estaban refiriendo a esto. Solamente algunos periodistas se dieron cuenta de ello, mientras los demás acompañaban a la mayoría de los políticos distraídos en discusiones pormenorizadas acerca de la nueva ley, aislándola de todo lo demás, según el modo "infantil" de aproximación a lo político. Es sólo un ejemplo de esta actitud la reciente entrevista a un senador socialista que, con sus correligionarios, apoyó la sanción de la ley porque "la consideraba mejor que la anterior" y que, cuando el periodista entrevistador le pregunta si no daba con esto más poder a Kirchner, contestó: "No lo tiene. Esto es una ficción".
La experiencia de la historia contemporánea nos enseña que este modo de aproximarse a las leyes que fue el de los socialistas, los centristas y los comunistas alemanes, trajo la ruina de la República de Weimar, cuando cada uno, por distintas razones parciales, fue aprobando libremente leyes que le iban dando cada vez más poderes al partido de Hitler. Ninguna República que quiera seguir siendo democrática puede delegar poderes extraordinarios a sus presidentes sin correr el grave riesgo de dejar de ser democrática. 

La demolición de la República de Weimar. 
Demos la palabra al historiador William Scherer en su monumental y clásico libro The rise and fall of the Third Reich. Allí afirma tajantemente: "Ninguna clase social, grupo o partido en Alemania puede sacarse de encima la responsabilidad por el abandono de la República democrática y el advenimiento de Adolfo Hitler. El error cardinal de los alemanes que se oponían al nazismo fue su fracaso en unirse contra el". En su cuidadoso estudio apunta que, en elecciones libres y aún todavía siendo Canciller designado por el Presidente Hindemburg, Hitler nunca tuvo el voto de una mayoría del pueblo. 
En las elecciones de 1932, para presidente, había sido aplastado por Hindemburg con el 53% de los electores contra su 36,8 % y el resto era de partidos opositores. Y, como dice Scherer, esta fue la cresta de la ola y el máximo que tuvieron de voto los nacional socialistas. "Pero el 63% del pueblo alemán que expresó su oposición a Hitler estaba demasiado dividido y eran tan miopes como para ponerse de acuerdo contra el peligro común que debían haber sabido que iba a arrasar con ellos a menos que se unieran, aunque fuera temporariamente, para sacarlo a patadas".
Aún después del incendio del Reichstag y disponiendo de los fondos estatales a su arbitrio autorizado por leyes anteriores, dinero que volcó abrumadoramente en su campaña electoral, ya dominada la prensa y con la completa libertad de acción de sus matones a sueldo para interrumpir actos y reuniones, destruir la propaganda contraria y atacar los centros partidarios de la oposición, solamente consiguió el 49 % de los votos y no obtuvo la mayoría propia en el Parlamento. Pero, con dádivas y engaños, consiguió la llamada "Ley de Habilitación" para poder hacer cualquier cosa, prometiendo que la ejercería constitucionalmente y por poco tiempo. Como concluyó el historiador John Toland: "La democracia había sido borrada del parlamento alemán casi sin protestas. Y los poderes otorgados a un hombre que sabe usarlos, raras veces son devueltos".
Lo importante de todo esto es sacar una lección para darnos cuenta claramente de lo que nos está pasando políticamente.
Sin tener nunca mayoría parlamentaria ni la mayoría del electorado, Hitler fue acumulando poder ley por ley, consiguiendo apoyos de unos o de otros, cada uno por razones diversas, sin que se dieran cuenta de que estaban empollando, entre todos, el huevo de la serpiente.
Los comunistas apoyaron algunas leyes y huelgas, como la del transporte, conjuntamente con los nazis, para debilitar a los social demócratas (socialistas), a los sindicatos y a las fuerzas democráticas, con la peregrina idea de que esto iba a traer el derrumbe del capitalismo y el triunfo final del comunismo. Los socialistas apoyaron otras leyes "para aplacar a los nazis" y los centristas dieron apoyos porque recibirían ventajas para Baviera su base principal y porque recibieron la promesa jurada de Hitler de que iba a gobernar constitucionalmente.
Todos ellos aplicaron en cada caso la visión pormenorizada y atomizada de cada ley y de cada apoyo, que hemos calificado como "modo infantil" de apreciación de lo político. Como dice la vieja canción infantil "Antón Pirulero": "Cada cual atiende a su juego"
Así les fue.

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