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domingo, 15 de abril de 2012

EL DESBARRANQUE PSICOLÓGICO DE BOUDOU.
Por: Carlos Berro Madero.
Algunos individuos suelen “calcular” sus palabras a fin de que resulten atractivas para quienes les oyen, sin apercibirse que las mismas producen simultáneamente el efecto de encontrar en ellas abundante material que evidencia que están faltando a la verdad. 
En ese desliz parece haber caído Amado Boudou.

Por otro lado, existe en ellos un instinto espontáneo que los lleva a intentar una huida neurótica de las crisis generadas por ellos mismos al no poder controlar su precariedad esencial.
En esos términos hay que encuadrar su “conferencia-monólogo” de prensa reciente, donde intentó aclarar su ¿NO? participación en los cargos que se le imputan por tratar de favorecer a la imprenta Ciccone en la trama de empresas “fantasmas” y monotributistas millonarios que pusieron su dinero al servicio de una rehabilitación irregular de dicha firma comercial.
Para Boudou la vicepresidencia ha resultado ser un premio excesivo para quien no tiene un vuelo espiritual que le permita soportar la realidad sin “restricción” alguna, por no haber entendido que llegó a su sitial “de carambola”: por su carencia de virtudes específicas no hubiera debido ser seleccionado para ciertos cargos públicos relevantes.
La verdadera responsable de esta designación, Cristina Kirchner, se ha comportado siempre hasta hoy como una verdadera reina plebeya. Sus actos de gobierno llevan un sello “ceremonial” arbitrario, que termina impregnando negativamente muchas de las decisiones que toma.
La designación de Boudou fue inoportuna, porque la esencia insustancial del elegido impidió cualquier intento por dotarlo de algún tipo de fortaleza: el actual Vicepresidente ha demostrado ser políticamente inhábil, socialmente frívolo y tener un curriculum vitae intrascendente.
No hay manera de disimular los efectos de quienes carecen de libertad “psicológica” para afrontar las dificultades inherentes a un cargo que no merecen y los somete a afrontar evidencias de una realidad que rechazan por su torpeza.
Por otro lado, ha quedado en claro que Boudou no tiene envergadura personal ni preparación adecuada para comprender la magnitud de su insignificancia.
Sus denuncias “defensivas” de estos últimos días, efectuadas como si revoleara una media de mujer llena de estiércol por el aire, son una consecuencia de lo expresado. La política, aún en los casos más extremos, suele manejarse siempre respetando ciertos códigos.
Su precariedad y ambición personal permanecían ocultas hasta hoy en medio de las tinieblas de su irrelevancia. Era y es un mero alfil en un escenario montado por la Presidente para expandir sus enfermedades incurables: no saber, no querer y no poder.
No saber cómo se gobierna con un mínimo de coherencia y sensatez.

No querer hacerlo respetando las instituciones y una cierta lógica “académica” de la política.
No poder dominar el genio maléfico de una soberbia que está produciendo grietas irreparables en su psicología personal.
Tanto Boudou como Cristina parecen ignorar que los tres elementos constitutivos de la existencia humana, “espiritualidad, libertad y responsabilidad”, son tres fenómenos primarios e irreductibles del ser humano. Tanto es así, que en el psicoanálisis se procura “convertir” la voluntad en “instinto” y el “querer” en “tener que”, para poder explicar a las personas el sentido del “deber ser”. Nada de todo eso resultó una preocupación para Cristina cuando sumó al atolondrado “play boy” del subdesarrollo a su elenco de “preferidos”: Boudou representa ser un emergente de un capricho “imperial”.
Como todavía el gobierno conserva algo de poder, quizá pueda “salvarlo” aún de sufrir sanciones legales por los temas que lo han puesto contra la pared, pero el peor de los castigos ya ha caído sobre él y está representado por el manto extendido de la sospecha y la condena popular.
Lo negativo para la Presidente es que no se ve por el momento cómo podrá enderezar su “metida de pata” emocional y caprichosa. 
Es muy probable que el costo a pagar sea caro para ella, generándole un efecto “catarata” de consecuencias impredecibles y desate una verdadera lucha “fratricida” en su círculo íntimo.
Finalmente, y utilizando las palabras de Ortega y Gasset, se nos ocurre decir con él: 
“Bueno fuera que estuviésemos forzados a aceptar como auténtico ser de una persona lo que ella pretenda demostrarnos como tal. 
Si alguien se obstina en afirmar que cree que dos más dos igual a cinco y no hay motivo para suponerlo demente, debemos asegurar que no lo cree, por mucho que grite y aunque se deje matar por sostenerlo”.
carlosberro24@gmail.com

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