2013
Cómico
Velorio.
Por :
Enrique Guillermo Avogadro.
Abogado.
“La primera fuerza que dirige
el mundo es la mentira”
Jean-François Revel .
En
cumplimiento del compromiso que asumí en mi nota anterior, ésta tendrá dos
partes, la coyuntura y una propuesta para un sector de la Argentina del futuro;
seguiré de ese modo en las sucesivas.
Si
uno tuviera que describir, muy brevemente por cierto, qué sucedió en la
Argentina durante la semana que terminó, debería recurrir a una imagen rara: un
graciosísimo funeral.
En esa foto, los deudos verdaderamente dolidos seríamos
nosotros, los habitantes de este autocastigado país, mientras que el resto del mundo
se descostillaría de risa escuchando los chistes, muchos de pésimo gusto,
contados por los funcionarios de este decadente gobierno, presidido por alguien
que se ha ganado los títulos de yeta y chapucera.
Para
hacer un breve inventario que justifique esa comparación, es obvio que
debiéramos comenzar –¡otra vez sopa!- con las renovadas denuncias de la
terrible corrupción del ex matrimonio imperial, esta vez localizados en el
paraíso multifuncional de las Seychelles; continuaríamos –en realidad fueron contemporáneos-
con la reacción oficial, tan innoble como aterrorizada, frente a los dichos de
Jorge Lanata.
Después, deberíamos trasladarnos a Río Gallegos, y recuperar
nuestra capacidad de asombro con la insólita comparación, favorable a nuestra
dibujada realidad, con Canadá y Australia, dos países exitosos que, hace menos de ochenta años, eran
parecidos a la Argentina y hoy nos superan en todo.
La
saga seguiría con la adjudicación de dos enormes, caras e ineficientes represas
a Electroingeniería, otra empresa que integra el universo de amigos K, a la que
se eligió como ganadora cuando el escándalo de las denuncias de robos y de
lavado de dinero obligaron al Gobierno a esconder, entre bambalinas, a Lázaro
Báez.
Más tarde, comenzó la mala suerte presidencial: luego de sobrevolar los
fallos de la Corte referidos a la Rural y a algunos aspectos de la
“democratización” de la Justicia, y de la Cámara Comercial, que impide invadir
empresas privadas (Clarín), llegó la pretensión de La Cámpora de desalojar a
Lan y a los taxis aéreos de
Aeroparque, lo cual generó un nuevo conflicto con Chile, pese a que ya fue
dictada una medida cautelar a su respecto; y el fallo de la Cámara de
Apelaciones de Nueva York, nos ha puesto al borde del default, ya que la Casa
Rosada ha dicho que no piensa cumplir y pagar el monto de condena.
Para
concluir, la curiosísima frase con la que Lancha Scioli describió, con precisión
quirúrgica y refinada maldad, el momento actual de la administración de doña
Cristina en el Consejo de las América:
“Hay
que ayudar al Gobierno a terminar lo mejor posible”. Deberíamos sacar
entradas para ver cómo se las arreglará él para explicarla, y cómo actuará
ahora el oficialismo, que lo necesita como esencial aliado en las elecciones de
octubre.
La Presidente es, básicamente, una mujer y reaccionará de acuerdo con
ello ante quien ha pedido que se la “ayude” a “terminar”, colocándose en
posición de tercero colaborador; y “lo mejor posible” está, de algún modo,
reñido con “bien".
De todas maneras, la viuda eterna nos ha dado ya
señales claras acerca de cómo se comportará de aquí en adelante, cuando el sol
del kirchnerismo se precipita a su ocaso final; nada de ello será pacífico ni
democrático y, menos, republicano.
Para
no seguir actuando como mero comentarista de los papelones en los que cae la
Presidencia de la República a diario –ya hasta el pajarico chiquitico del inefable Maduro ha quedado
superado por nuestra cotidiana realidad- comenzaré a cumplir mi promesa, es
decir, proponer soluciones para los problemas de la Argentina. Hoy le tocará el
turno a la industria.
Como todos sabemos, el “modelo” argentino se ha basado, durante décadas, en
buscar la protección ante los productos importados –por la vía de barreras
arancelarias o paraarancelarias- más que en lograr calidad y precio adecuado.
Las razones de esta conducta se deben tanto las erráticas políticas
gubernamentales y a la falta de seguridad jurídica como a una equivocada y
cortoplacista mirada de los empresarios. Por otra parte, un factor que condiciona
el escenario es lo escaso de nuestra población, agravado por la pobreza y la
indigencia que afecta a un 30% de los cuarenta millones, ya que no permite
abaratar la producción por falta de una economía de verdadera escala.
Todo ello ha redundado en que los argentinos –cuya economía no dispone de
fondos suficientes para invertir en investigación y desarrollo- debamos
consumir productos más caros y menos actualizados que el resto del mundo
occidental, y en una constante presión sobre el dólar, generado por los
exportadores que lo exigen “recontra-alto” para venderlos en el mundo.
Como un
espejo, las importaciones se encarecen, y eso impide a la población acceder a
ellas a buenos precios.
Por otra parte, cuando la situación mejora y la gente
comienza a comprar más en el mercado interno, la única forma de evitar la suba
de precios –la inflación- es fabricar más, cosa que tampoco sucede por la falta
de un mediano plazo previsible.
La solución es totalmente distinta a cualquiera de las encaradas hasta ahora,
hayan ido éstas desde el cierre de nuestra economía –“vivir con lo nuestro”-
hasta la apertura total, tantas veces ensayadas.
Es muy simple: se trata de que nuestros industriales fabriquen, en todos
los rubros, con altísima calidad y diseño, y consecuentes precios altos, y
salgan a competir en los mercados más sofisticados del mundo.
Argentina, pese
al deterioro generalizado de las últimas décadas, conserva un material humano
de excelente nivel, y la tecnología se encuentra disponible; por ello, con apoyo
crediticio y sin los sobresaltos habituales, la transformación puede lograrse
rápidamente.
Como contraprestación, se liberaría el ingreso de productos del
exterior, más baratos y más modernos, y se conservarían todos los puestos de
trabajo, incrementando los salarios.
Para ejemplificar la idea, siempre recurro al calzado. Para proteger a esa
industria y a los cincuenta mil trabajadores que ocupa, que producen zapatos de
regular calidad y alto precio para los, quizás, diez millones de argentinos que
pueden comprar un par por año, se impide el acceso al mercado local de calzado
chino y brasileño que, por producir más de cinco mil millones de pares, pueden
hacerlo con igual calidad y a precios bajísimos.
Si Italia o Gran Bretaña no tienen suficientes cueros para atender
a la demanda de su industria, ¿por qué Argentina –que sí los tiene- no sale a
competir contra esos países vendiendo en el exterior productos de igual
estupenda calidad pero sensiblemente más baratos?
Los costos laborales de
nuestro país son muy superiores a los orientales y aún a los brasileños, pero
sensiblemente inferiores a los europeos; y Argentina puede producir cueros
curtidos, y trabajarlos, a mucho menor precio que Europa.
Entonces, si aplicamos esta receta, otorgamos facilidades para que
los fabricantes puedan comprar la maquinaria adecuada y perfeccionar a sus
operarios, podrían salir a competir, con precios muy competitivos, con los
zapatos de alta gama –de US$ 1.000 el par- que se producen para ese mercado.
Una vez producida la transformación, la importación de zapatos a razón de US$
20 o US$ 30 el par, permitiría que todos los argentinos pudieran disponer de
calzado adecuado.
Cuando digo que los industriales del calzado se han situado en una
errada posición me refiero, concretamente, a la elección de su vocación y de su
destino.
Han decidido, curiosamente, optar por vender dentro de las fronteras y
ello los obliga a hacer incalculables esfuerzos por cuidar ese territorio, esa
‘quintita’ privada. No recuerdo haber leído jamás acerca de protestas de los
fabricantes italianos o británicos de zapatos contra la invasión por China o
Brasil de sus ‘territorios’.
Y no lo recuerdo porque no las ha habido, porque
no son competencia.
En el resto de los países del mundo que han abierto su
economía, existen sectores dispuestos a pagar fortunas (y son capaces de
hacerlo) por los zapatos de lujo, y otras franjas de mercado que, mal que nos
pese, sólo pueden acceder a calzados baratos.
Todavía los industriales en general –el ejemplo de los zapateros
ha sido sólo eso- están a tiempo de modificar su conducta.
Si no lo hacen, los
vientos de la globalización los obligarán a pagar esa factura y, con ellos, a
los trabajadores que hoy dicen proteger.
Es cierto que un camino como el que
propongo requiere de seguridad jurídica, de reglas claras en materia cambiaria
y de comercio exterior y de apoyo crediticio para la reconversión de la
industria, pero supongo –y de allí este esfuerzo- que algún día podremos
dotarnos de esos pilares básicos y esenciales para el progreso de cualquier
país.
No estoy convencido de que lo merezcamos, a la luz de cuánto hemos
hecho, todos, para destruir a la Argentina y hundirla en el arcón de los
recuerdos de la Historia, pero confío en que Dios, una vez más, vuelva a ser a
ser un compatriota.
Bs.As., 25 Ago 13
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
Tel.en Bs.As. + 54 (11) 4807 4401/02
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