CRISTINA EN LOS ESTADOS UNIDOS.
Por Carlos Berro Madero
Con sus manos inquietas y recogiéndose excitadamente una larga onda de su pelo que suele resistirse rebelde a las extensiones capilares, Cristina ha pasado por los Estados
Unidos sin pena ni gloria.
Decir que ha dedicado su viaje a mentir y tergiversar la historia sería poco.
Decir que ha dedicado su viaje a mentir y tergiversar la historia sería poco.
Habría que agregar nuevamente algunos párrafos a sus groseras asociaciones que, inevitablemente, llevan a subestimar su “rendimiento” como nuestra representante ante la comunidad internacional.
“La ideología y la mala fe son soluciones complejas, costosas energías, en tiempo y hasta en inteligencia.
“La ideología y la mala fe son soluciones complejas, costosas energías, en tiempo y hasta en inteligencia.
Su empleo no se justifica más que en caso de fracasar la mentira pura”, dice Jean Revel.
La Presidente ha tenido que recurrir nuevamente a un “relato” histórico ajado, sin ninguna sutileza, plagado de errores cronológicos y supercherías que le permitiesen disimular sus mentiras.
Está convencida que la civilización ha nacido casi, con ella y sumarido, convirtiéndola así en la portadora de una nueva aurora que, como un “imperativo moral”, la coloca en la posición de hacerse dueña de la verdad y predicarla urbi et orbi.
La Presidente ha tenido que recurrir nuevamente a un “relato” histórico ajado, sin ninguna sutileza, plagado de errores cronológicos y supercherías que le permitiesen disimular sus mentiras.
Está convencida que la civilización ha nacido casi, con ella y sumarido, convirtiéndola así en la portadora de una nueva aurora que, como un “imperativo moral”, la coloca en la posición de hacerse dueña de la verdad y predicarla urbi et orbi.
Maestra en el arte retórico, ha conseguido evadirse por un rato de los problemas que no resuelve en nuestro país –y va empujando trabajosamente hacia adelante-, para divagar en foros donde se preguntan con curiosidad cómo es posible que en su momento la haya votado tanta gente en nuestro país.
Cambiar de máscara según las circunstancias no parece serle muy difícil.
Llevar a la rastra a sus aplaudidores, tampoco.
Su frenética insistencia en sentirse una víctima incomprendida por una “cuestión de género”, reaparece apenas siente el peligro de una circunstancia no prevista por ella, y pasa a sumergirse acto seguido en una confusa exposición de vaguedades que procuran desviar el tema en análisis, hasta que nadie recuerda de qué se estaba hablando.
Como política tercermundista recibió un puntaje aceptable. Como intelectual (aquello que más la apasiona), quedó aplazada nuevamente; y en carácter de dirigente, volvió a vérsela exaltada y monotemática.
Decididamente, no se entiende qué le ven de atractivo quienes la siguen devotamente -excluidos los funcionarios corruptos y los pobres subsidiados, por supuesto-, porque de algún otro lado salieron también parte de los votos de octubre próximo pasado.
Algunas cuestiones de “peso”, como la relación con Irán, se le fueron de las manos.
Sin importarle las repercusiones eventuales con Israel, se lanzó a un diálogo bilateral para debatir el tema de los atentados iraníes en la Argentina, como si creyera que puede someter al mundo a sus extrañas alquimias verbales, de las que termina saliendo como puede y siempre por la puerta de servicio.
Ante sus manifestaciones públicas acerca de que muchas veces deciden las circunstancias, le respondemos con las palabras de Ortega y Gasset: “es falso decir que en la vida deciden las circunstancias."
Al contrario, las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos.
PERO EL QUE DECIDE ES NUESTRO CARÁCTER”.
Los buenos gobernantes tienen siempre un repertorio de posibilidades y sus márgenes de acción suelen ser bastante amplios.
La vida moderna ha abierto cauces para que se puedan sepultar los prejuicios y, al mismo tiempo, enfrentar el futuro desterrando la fatalidad.
Es muy probable que este viaje resulte una nueva ocasión para que se haya podido apreciar el límite que existe entre la perspicacia y la tontería.
Para ello, podríamos seguir recordando a Ortega, que sostenía que el perspicaz se detiene siempre a dos dedos de ser considerado tonto, demostrando de esa manera su inteligencia;
mientras que el tonto se instala siempre muy cómodamente en su propia torpeza y la lleva de paseo.
carlosberro24@gmail.com.
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