¡TE VAN A QUITAR LA CASA, PELOTU..!
Por Enrique Arenz.
Colaboración :
Jorge Ramil.
Esto que están tramando no es nuevo.
La ultraizquierda lo intentó en 1990 en la provincia de Buenos Aires y lo intentará siempre, porque su objetivo, su gran sueño dorado es terminar con la Constitución histórica, que es el límite jurídico a sus locuras revolucionarias ...
Ahora el pretexto es la re
reelección presidencial, pero en esta oportunidad, como nunca antes, tienen a
su favor un contexto ideológico único y un gobierno sin escrúpulos capaz de
hacer cualquier cosa por mantenerse en el poder.
En 1990 Cafiero era gobernador de la provincia de Buenos
Aires y no tenía reelección. Entonces convocó a un plebiscito para que la
ciudadanía decidiera por SÍ o por NO sobre un proyecto de reforma
constitucional que contenía, además de la reelección, nada menos que noventa y
ocho enmiendas.
Ahí estaba la trampa.
El proyecto contenía reformas que
ponían los pelos de punta. Por ejemplo: un artículo determinaba que la
provincia de Buenos Aires era un “Estado autónomo”, y otro ordenaba que “Todo
habitante está obligado a organizarse en defensa del orden institucional de la
provincia”. Pero curiosamente en el proyecto se conservaban verdaderas
antiguallas, como la que decía que el gobernador es el comandante en jefe de
las fuerzas armadas provinciales, y quedaba facultado para movilizar milicias y
nombrar oficiales hasta el grado de teniente coronel.
Si uno mezclaba lo nuevo
con lo obsoleto que inexplicablemente se conservaba, obtenía un explosivo
cóctel con sabor a separación, nacionalismo regional, milicias populares y hasta
el sueño en alguna cabecita loca de una guerra de secesión contra la República
Argentina.
Pero lo más grave era que muchas enmiendas se habían
tomado de la Constitución cubana de 1976.
Una establecía que el trabajo es un derecho, pero al mismo
tiempo un deber social.
Se sabe que en Cuba (por lo menos en ese tiempo,
ignoro la situación actual) quien no aceptaba el trabajo que le asignaba el
Estado (por ejemplo, un arquitecto disidente que era enviado a destapar las
cloacas), se lo calificaba de “vago social” y se lo mandaba a la cárcel para su
reeducación.
Y aunque cueste creerlo, a esta indignidad el peronista Cafiero la
llamaba “el moderno
constitucionalismo social de los países más avanzados del mundo”.
El nuevo proyecto establecía que “la propiedad privada es
inviolable dentro del marco de su
función social”, lo cual implicaba claramente que fuera de ese marco, la
propiedad era pasible de confiscación.
Recuerdo que en ese tiempo yo escribía mucho y hablaba con
todo el mundo con la intención de inducir el voto negativo, pero observaba que
la gente común se aburría y comenzaba a bostezar. No entendían el asunto, y en
el fondo les importaba un rábano. Hasta que un día, conversando con un amigo
adormilado que ante mis advertencias abstractas hacía esfuerzos por cambiar de
tema, le grite: “¡Te van a quitar
la casa, pelotudo!”.
Dio un respingo, se le pasó la modorra, abrió grande los
ojos y hasta se puso pálido. “¡Eh, che…! ¿Es para tanto?”, preguntó
repentinamente preocupado.
Yo había logrado que se interesara por la gravedad del intento de reforma constitucional.
Yo había logrado que se interesara por la gravedad del intento de reforma constitucional.
Le expliqué que eso ya se vivió en los
países comunistas: una vivienda desocupada o de veraneo era confiscada y
entregada a una familia sin techo; un terreno baldío ofendía la justa causa de
la igualdad social y era entregado a quien lo necesitara; una casa grande, con
muchas habitaciones, debía ser compartida con otras familias sin hogar, donde
la comuna designaba un comisario político que decidía cómo se distribuían las
comodidades y los horarios para el uso de la cocina, los baños, etc. Basta leer
la novela Doctor Zhivago de Boris Pasternak (o ver la película, con
Omar Sharif y Geraldine Chaplin) para estremecerse con la descripción de
esas prácticas iniciales de la revolución soviética.
Lo dejé grogui, realmente asustado, y desde ese momento fue un obsesivo
divulgador del NO. Repetía
a todo el mundo: “Estos tipos nos van a quitar la casa”. Me di cuenta entonces
de que las personas, sobre todo las mujeres, que se engancharon increíblemente,
si poseen el título de propiedad de aunque sea una miserable choza, cuando
advierten el menor peligro de perderla salen en su defensa con uñas y dientes.
La gente, en términos generales, no asimila conceptos abstractos, no se
interesa por la política ni entiende los galimatías legales y filosóficos,
tienen la cabeza en otras preocupaciones menores. Pero si les tocan el bolsillo
o les amenazan el terrenito o la casita que pudieron escriturar con esfuerzo,
ahí sí muestran los dientes como perro al que le quieren quitar el hueso.
La estratagema de alertar a los pequeños propietarios se difundió
espontánea y exitosamente por toda la provincia. El 5 de agosto de 1990 la
gente le dijo NO a la reforma de Cafiero. Fue un rechazo abrumador. Muchas
cosas sumaron para lograr esa decisión popular histórica, pero lo que se había
metido en la cabeza de la gente era una fijación extremadamente sencilla: “Nos quieren quitar la casa”.
Pues bien, los ideólogos que
redactaron las frustradas enmiendas de Cafiero son los mismos que ahora nos
quieren cambiar la Constitución Nacional. Sus propósitos ideológicos
revolucionarios son muy claros: van por la Declaración de Derechos y Garantías,
la parte dogmática de nuestra Constitución histórica, la que le debemos al
genio de Alberdi. Quieren, entre muchas otras cosas, transformar el derecho de
propiedad en un derecho relativo, sujeto a una ambigua función social y pasible
de expropiación siempre en nombre del pueblo y de la justa distribución de la
riqueza (ajena).
Ya lograron, sin necesidad de reformar nada, intervenir y confiscar
empresas privadas, cerrar el mercado de cambio, limitar gravemente la libertad
de prensa y de expresión de los ciudadanos y prohibirnos en la práctica comprar
y vender inmuebles en dólares. Y ni siquiera podríamos irnos del país, porque
hoy nadie es dueño de llevarse su patrimonio al exterior.
El peligro es esta vez mucho más grave que en la provincia de Buenos
Aires de 1990, pero hoy igual que entonces, observo que la gente no
se interesa por nada, está distraída con otros asuntos, con el torneo Evita
Capitana, con el bailando de Tinelli, a ver si puedo cambiar el auto, las
próximas vacaciones, etc. Igual que antes, veo que mis interlocutores no pueden
mantener la atención cuando les hablo del peligro que amenaza a nuestras
libertades ciudadanas.
El mismo aburrimiento, la misma somnolencia, idéntica despreocupación
por las cuestiones para ellos abstractas e incomprensibles. Otra vez entonces
tenemos que meterles en la cabeza el concepto sencillo y demoledor, el único
que entienden. Empecemos desde ahora, evitemos los laberintos
filosóficos y las abstracciones soporíferas.
Digamos solamente lo que el
pequeño propietario puede asimilar y grabar indeleblemente en su cabeza:
“¡Te van a quitar la casa, pelotu..!”.
(Se permite su reproducción)
Se ruega citar este
blog y la página
del autor:
www.enriquearenz.com.ar
Enrique
Arenz
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