LAS BATALLAS
DE CRISTINA
CONSIGO MISMA.
Por Carlos Berro Madero.
O la Presidente ha perdido la prudencia definitivamente, o los medicamentos que le suministran para equilibrar su falta de tiroides la hacen derrapar todos los días con comentarios de confrontación de una violencia verbal que habíamos dejado atrás con el fin de la dictadura militar.
A esta altura de los acontecimientos, debería haber comprendido que tener buenos modales es un imperativo a ser ejecutado por el Presidente de cualquier gobierno, por razones de prudencia y buen juicio.
Hubiera sido conveniente también que afirmara sus endebles certidumbres, abandonando ciertas conjeturas apresuradas y emotivas que la llevan a expresarse públicamente mediante conclusiones que tienen muy poca relación con la verdad.
Sus opiniones -cada vez peor fundadas-, están basadas en el alto voltaje de un sistema nervioso que da la impresión de estar al borde de un colapso por agotamiento, y su omnipotencia intelectual le impide formarse juicios de valor razonables.
Esto va “in crescendo”.
Habría que recordarle que en la vida “solamente hemos de ocuparnos de aquellos objetos para cuyo conocimiento cierto e indudable parecen ser suficientes nuestras mentes”, como decía Descartes.
La de ella parece no tener la capacidad necesaria para descifrar algunos temas que no domina, lo que no parece arredrarla para avanzar con juicios de valor que delatan su imposibilidad de distinguir lo falso de lo verdadero.
Adquiere vigencia hoy más que nunca la conocida fábula del rey que paseaba desnudo por la calle mientras recibía los comentarios de sus cortesanos admirándose por su “elegante vestimenta”; hasta que un día un niño pequeño exclamó asombrado al verlo pasar: “qué curioso, el rey anda desnudo”.
La desnudez de Cristina nace de considerar “indigno” para ella el tener que confesar que ignora algo, mientras cree que sobre dicha ignorancia puede construir “razones verdaderas”.
Oírla en estos días frente a los rechazos que comienza a provocar su ausencia de la realidad, nos muestra a quien siente haber arribado a la cumbre del conocimiento humano y ha decidido no oír más que la melodía que ella misma interpreta en soledad.
Al mismo tiempo, no se concede jamás el más leve beneficio de la duda para poder encontrarse con lo que no sabe: nada parece estarle vedado, y habla en un idioma plagado de agresividad que sólo aplauden sus “leales”.
En sus palabras no puede encontrarse claridad alguna para los problemas que nos asfixian, porque sus conjeturas personales provienen de una franca impotencia para distinguir qué le está ocurriendo al libreto de un “modelo” que nunca se supo bien qué era y que en estos días navega a la deriva de su impronta parlante.
Por otra parte, su omnipotencia, nacida al calor de una soberbia que la hace presentar sus “hallazgos” como fuente inagotable de éxitos continuados, demuestra que no parece advertir la contaminación que ha sufrido su espíritu por haber creído que un acto de “disposición voluntaria” puede cambiar el eje de un problema, en tanto emane de una cierta autoridad para plantearlo.
Habla y habla batallando con todos a destajo, sin haber conseguido elaborar dentro de sí misma conclusiones “ciertas” que pudieran llevarla a interpretar correctamente los conflictos que debe afrontar un país en decadencia.
Nos está haciendo partícipes de su confusión, su impotencia y su resentimiento, acentuando su deseo irracional de atacar sin descanso a quienes la contradicen.
A ello se suma el coro de adulones que la rodean: una cadena de eslabones débiles y artificiosos que no sirven nada más que para reconocer su enorme impotencia.
El stress que la domina ha terminado siendo para ella un estado en el que siente que todo es una emergencia.
La que ella imagina, y por lo tanto no puede resolver.
carlosberro24@gmail.com
Adquiere vigencia hoy más que nunca la conocida fábula del rey que paseaba desnudo por la calle mientras recibía los comentarios de sus cortesanos admirándose por su “elegante vestimenta”; hasta que un día un niño pequeño exclamó asombrado al verlo pasar: “qué curioso, el rey anda desnudo”.
La desnudez de Cristina nace de considerar “indigno” para ella el tener que confesar que ignora algo, mientras cree que sobre dicha ignorancia puede construir “razones verdaderas”.
Oírla en estos días frente a los rechazos que comienza a provocar su ausencia de la realidad, nos muestra a quien siente haber arribado a la cumbre del conocimiento humano y ha decidido no oír más que la melodía que ella misma interpreta en soledad.
Al mismo tiempo, no se concede jamás el más leve beneficio de la duda para poder encontrarse con lo que no sabe: nada parece estarle vedado, y habla en un idioma plagado de agresividad que sólo aplauden sus “leales”.
En sus palabras no puede encontrarse claridad alguna para los problemas que nos asfixian, porque sus conjeturas personales provienen de una franca impotencia para distinguir qué le está ocurriendo al libreto de un “modelo” que nunca se supo bien qué era y que en estos días navega a la deriva de su impronta parlante.
Por otra parte, su omnipotencia, nacida al calor de una soberbia que la hace presentar sus “hallazgos” como fuente inagotable de éxitos continuados, demuestra que no parece advertir la contaminación que ha sufrido su espíritu por haber creído que un acto de “disposición voluntaria” puede cambiar el eje de un problema, en tanto emane de una cierta autoridad para plantearlo.
Habla y habla batallando con todos a destajo, sin haber conseguido elaborar dentro de sí misma conclusiones “ciertas” que pudieran llevarla a interpretar correctamente los conflictos que debe afrontar un país en decadencia.
Nos está haciendo partícipes de su confusión, su impotencia y su resentimiento, acentuando su deseo irracional de atacar sin descanso a quienes la contradicen.
A ello se suma el coro de adulones que la rodean: una cadena de eslabones débiles y artificiosos que no sirven nada más que para reconocer su enorme impotencia.
El stress que la domina ha terminado siendo para ella un estado en el que siente que todo es una emergencia.
La que ella imagina, y por lo tanto no puede resolver.
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