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lunes, 16 de julio de 2012

Un principio, con triste final . . .

Cristina y su 
Guerra total.
Enrique Guillermo Avogadro .

“La guerra total tiene mil frentes; en tiempos de una guerra así, todo el mundo está en el frente, aunque nunca haya pisado una trinchera ni disparado un solo tiro” Ryszard Kapuściński.


¿Qué significa pensar en la guerra? 
La realidad de la guerra no es sino un mundo 
de máxima y maniquea reducción que elimina 
todos los colores intermedios, suaves y 
cálidos, para reducirlo todo a un agudo y 
agresivo contrapunto, al blanco y al negro, a 
la más primitiva lucha entre el bien y el mal. 
¡Nadie más cabe en el campo de batalla! 
Tan sólo el bien, es decir, nosotros, y el mal, 
sea, lo que se enfrenta a nosotros, y lo 
que metemos al por mayor en la nefasta 
categoría de “enemigo”.
 Obviamente es así en el onírico universo 
construido por la señora Presidente y 
alrededor de ella, en ese escenario donde la 
permanente confrontación es el 
instrumento elegido para lograr el objetivo 
final. 
Éste, tal como lo explicó en su discurso del 
lunes pasado en Tucumán, mientras 
festejaba el tiempo transcurrido desde el 
venturoso 25 de mayo de 2003, se define a 
la unidad nacional, tan deseada, como el 
encolumnamiento de todos los argentinos 
detrás del virtuoso “modelo”. 
A partir de allí, quienes no se sumen a su 
histórica gesta son y serán combatidos con 
todos los medios del Estado, siempre al 
desembozado alcance del deseo imperial.
Al masivo y abusivo uso de la cadena nacional de radio y televisión -¿no le recuerda a Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler?- se sumó ahora la pública confesión de un delito, la violación del secreto fiscal, y la transparente y obscena utilización de todos los medios disponibles, sean legales o no, para someter a esos adversarios que, en el imaginario de doña Cristina y sus secuaces, combaten contra la pretensión de “venezuelizar” a la Argentina.
Su amigo y socio en oscuros negocios, el 
papagayo caribeño, comete, desde hace 
años, los mismos estropicios en su pobre 
país. 
El sistema de gobierno de don Hugo Chávez 
Frías, y su objetivo de perpetuar su 
“socialismo del siglo XXI” en el poder, ha 
incluido siempre la persecución a la prensa 
independiente, el encarcelamiento y la 
Congreso y el sometimiento de la Justicia, 
rodeándose de unas fuerzas armadas cuyo 
generalato ha sido corrompido hasta el 
tuétano, con prebendas asignación de 
cuotas en el mercado de las drogas.
La viuda de Kirchner, inspirada por el Chino 
–por aspecto y por ideología- Zanini, no ha 
llegado aún a esos extremos, pero va en 
camino de hacerlo. Mientras tanto, la 
ciudadanía no ha tomado conciencia y mira, 
impertérrita, cómo se avanza en el proceso 
de cambiar la Constitución que nos rige –aún 
la que surgió de la reforma de 1994- por 
otra, que implante conceptos tales como la 
limitación a los derechos personalísimos, 
incluido el de propiedad. Si bien hoy la 
matemática, que requiere de dos tercios de 
las cámaras legislativas para resolver la 
necesidad de la modificación, no parecen 
favorecerle, no hay que descartar que 
reverdecidas banelcos vuelvan a funcionar 
para convencer a los más díscolos: el ex Hº 
Congreso ha perdido, en estos años, cuanto 
pudo tener que mereciera ese tratamiento.
 Ese es el objetivo, y no otro. 
Todo lo demás sólo sirve para un propósito: 
permitir que la dinastía política fundada por 
doña Cristina –el “kirchnerismo” está tan en 
el arcón de los recuerdos molestos como el 
mismo peronismo- logre imponer su voluntad 
de transformación, traspasando el mando, 
cuando ello ocurra, a alguien capaz de 
continuar en ese camino. 
Vuelvo a recomendar, para entender qué 
pretende este grupo que rodea a la señora 
Presidente, “El Partido: secretos de los 
líderes chinos”, de Richard McGregor 
(Turner, Madrid, 2011). Recalco que no se 
trata, a mi entender, de una dinastía de 
sangre sino política, por lo cual es inútil 
mirar qué hacen Alicia, Máximo o hasta 
Florencia Kirchner; el sucesor deberá ser 
alguien elegido para perfeccionar aquí lo 
mismo que el autor describe allí.


La concepción autoritaria, radial, unitaria y centralista del poder que el Gobierno ejerce se endereza sólo a ese propósito: terminar, para siempre, con el peronismo y todos los demás partidos, para que el “modelo” pueda ser ejecutado sin cortapisas de ninguna índole, sea ideológica, personal o territorial. El desconocimiento de los fallos de la Corte Suprema, la persecución a los medios independientes, la conformación de un conglomerado mediático sin precedentes, el abuso de la propaganda oficial, la pública demostración de la descarada utilización de la AFIP para la persecución de los díscolos o disconformes, el exilio de los amigos de don Néstor (q.e.p.d.) y la progresiva represión a los negocios de éstos, el sostenimiento a ultranza de repudiadas espadas -como donPatotín, don Guita-rrita, don Echegaray, don Anímal y varios más-, el férreo cerco a la información oficial, la negativa a dar conferencias de prensa, la utilización de los gobernadores para realizar el ajuste, inclusive la persecución y la eventual destrucción del campo, nuestra principal fuente de ingresos, no son tanto una muestra del desprecio que la “mesa chica” que rodea a doña Cristina siente por la opinión pública sino, principalmente, los instrumentos indispensables para que ese núcleo duro pueda actuar en el sentido indicado, es decir, la guerra total para transformar a la Argentina en lo que creen que debe ser.

Aunque continúe ausente reacción pública 
de la clase media frente a tales abusos, 
la construcción del futuro que anhela ese 
grupete de iluminados tiene, todavía, 
algunos condicionantes: la economía y el 
control de la calle. Si ambos fallan, y la 
torpeza y la ignorancia de quienes operan 
–no conducen- la primera están indicando 
que así será, la perpetuación del “modelo” 
dependerá de la represión a la protesta 
y, en ésta, todo le estará permitido. 
Falta saber hasta qué extremos estarán 
dispuestos a llegar en ese terreno; no 
resulta inimaginable, hoy, un escenario de 
violencia generalizada, con todas sus 
previsibles consecuencias, y cuánto tienen 
que ver con este planteo los pactos 
firmados con los bolivarianos -que 
permitirán acceder a las armas de Irán, 
de Rusia y de China- es algo que está por 
verse.
En otro orden de cosas, es literalmente 
falso que el mundo se nos haya caído 
encima, como le gusta repetir hasta el 
cansancio a la viuda de Kirchner. 
Por el contrario, los precios record que
está obteniendo la soja, la tendencia a 
cero en las tasas de intereses 
internacionales, la recuperación de Brasil 
y el módico impacto de la crisis en 
China e India, son signos claros del 
viento de cola que aún infla las velas 
de toda América Latina; 
para demostrarlo, basta mirar alrededor 
observar cuánto pagan los demás países 
Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Colombia y 
hasta Ecuador- por los préstamos que 
obtienen a plazos de hasta treinta años y 
pensar por qué la Argentina tiene el  
mayor riesgo-país de la región y la 
inflación más desbocada, superior 
incluso a la de Venezuela.
El fracaso de los planes para la confiscada 
YPF o la falta de recursos multilaterales 
para infraestructura no se deben tanto a 
los peligros que nuestro país exhibe frente 
a los inversores sino a que cuanto aquí 
expongo lo ven con absoluta claridad 
analistas de todo el mundo, leídos 
apasionadamente por quienes deciden 
el destino de los monumentales fondos 
que hoy buscan destino. Sin embargo, como 
sucedió en la China de Mao, en la Rusia de 
Stalin y en la Camboya de los Khmer o 
sucede en la Cuba de Fidel Castro y en la 
Venezuela de Chávez, en la medida en que 
el individuo no es más que un objeto social, 
su sacrificio, aún masivo, no es una 
consideración que pueda desalentar a 
quienes se sienten imbuidos de una fe 
ciega en el destino colectivo de una 
transformada sociedad.

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