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miércoles, 30 de mayo de 2012

La mano en la lata



NO ES EL DÓLAR CRISTINA, 
¡ES LA INFLACIÓN!


Por: Carlos Berro Madero.

Muchas acciones “económicas” de las personas se relacionan directamente con los métodos que ellas aplican para asegurar su subsistencia.
En este sentido, la inflación tiene un papel preponderante ya que modifica las “preferencias temporales” de un individuo al decidir cuál será la porción de su renta que dedicará al consumo inmediato, dejando de lado el ahorro necesario para la adquisición de mayores bienes en el futuro y convirtiéndose así en un fenómeno de consecuencias muy negativas para la economía en general.

Al comienzo del proceso, el dar algunas migajas a los sometidos por este yugo -bajo la forma de aumentos salariales e incentivos crediticios de gran laxitud-, es un método de cierta eficiencia “temporal”. Casi todos los gobernantes creen poder “suspender” así el efecto nocivo que la inflación va creando en la conciencia y la actitud de los consumidores.
Esta artimaña solo permite dilatar por poco tiempo la ejecución de medidas estructurales imprescindibles que, demoradas sin razón ni motivo, envían a la sociedad peligrosas señales de que: 
a) no se está dispuesto a utilizar recursos intelectuales alternativos ó 
b) se desconocen las características que debieran tener los mismos.
Al agudizarse el proceso, el ciudadano comienza a comprobar con creciente preocupación que, pese al aumento del circulante, se reduce su capacidad adquisitiva y no todos reciben el dinero necesario en la misma proporción. 
Esto lo mueve a modificar radicalmente sus esquemas de protección personal.
En efecto, la inflación resulta atractiva solo para el gobierno -al permitirle recaudar más con sus tributos- y para ciertos grupos de privilegio refugiados en su entorno, que logran beneficiarse a costa de otros sectores populares de menor poder político.
La ansiedad manifestada en estos días por quienes compran dólares al precio que se los vendan, es una consecuencia de las políticas del gobierno kirchnerista que durante diez años despilfarró alegremente los beneficios de la pesificación asimétrica duhaldista, los fondos de pensión, las reservas del Banco Central y los derechos de exportación por la mayor venta de productos agropecuarios, aumentando el gasto público en forma estratosférica.
En nuestro país, el dólar ha sido tradicionalmente una mercancía juzgada como útil y valiosa ante los primeros síntomas de una crisis. 
Que estemos asistiendo hoy a una nueva situación de “refugio” masivo en dicha moneda, es pues la consecuencia de todo lo antedicho y no la causa.
La misma se ha agravado por el “cerrojo” que intenta poner el gobierno sobre todas las operaciones cambiarias, dando la impresión de que no sabe por dónde atacar el fenómeno.
Algunos funcionarios ilusos creyeron al comienzo de este proceso que solo debían esperar a que la “fiebre” inflacionaria se atenuara y no se convirtiese en un adversario de temer. Para ello, elaboraron informaciones falsificadas pretendiendo entretener durante algún tiempo a la gente con discusiones bizantinas sobre “cuánto” era el aumento de precios “tolerable”, y no “cómo” se preparaba el gobierno para combatirlo.
Peor aún, siguen afirmando que no están decididos a cambiar el rumbo equivocado y 
la Presidente lo sostiene así en sus habituales discursos plagados de intolerancia, sublevada quizá por haber perdido totalmente la iniciativa política.
Estamos asistiendo pues a un sentimiento generalizado de impotencia: por un lado, el gobierno parece despertar de un sueño que le está indicando que no parece haber más cabida para su “imperio de la mentira” y por el otro, la gente se desespera porque comienza a sufrir las consecuencias de un supuesto “modelo” virtuoso que amenaza dejarnos a todos “a dormir en la intemperie”.
La inflación es una dictadura sin dictador y debería ser rechazada tanto por su origen como por sus consecuencias, en lugar de ignorarla olímpicamente como ha hecho el gobierno.
Una política económica inteligente y responsable hubiera podido evitar el duelo colectivo de quienes hoy ven extinguirse el producto de sus ahorros personales una vez más.
Aunque la magnitud de las transacciones del mercado “paralelo” no sea importante en cantidades, como dicen con sorna algunos funcionarios ignorantes que rodean a Cristina, sí lo es por el efecto psicológico “cascada” que se transmite a todo el proceso económico en general.
Por todo lo aquí expresado, deseamos dedicarle a nuestra Presidente una sabia reflexión del economista George Soule: 
“Los errores cometidos por una autoridad gubernamental que no corrige las causas de un proceso económico negativo son más graves que los de un particular, pues en su caso este sólo se perjudica a sí mismo, mientras que dicha autoridad lesiona siempre los intereses de todos”.

carlosberro@gmail.com

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