ALÓ, PRESIDENTA.
por Jorge R. Enríquez (*)
El discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso pronunciado por Cristina Kirchner el 1º de marzo fue, en lo sustancial, previsible.
Se acomodó al molde habitual para la primera mandataria.
Como lo hemos señalado desde el inicio de su gestión, la presidenta no tiene en cuenta que se trata de un acto solemne, de profundo sentido institucional, en el cual el titular del Poder Ejecutivo da cuenta ante los representantes del pueblo de lo realizado, del estado de la Nación, y traza las líneas fundamentales de las políticas públicas que habrá de promover. Esa solemnidad -
- que no debe confundirse con acartonamiento -
- indica que el discurso presidencial debería ser leído;
o que, en todo caso, debería no ser improvisado.
Como la señora de Kirchner tiene un muy alto concepto de sus propias cualidades oratorias, se aparta de esa regla universal, para embarcarse en largos monólogos informales, de un estilo más propio de una charla de sobremesa, en los que de manera deshilvanada nos comenta sus opiniones políticas, que va mechando con referencias a su vida personal y familiar, que pareciera ser, en la decadente Argentina de este tiempo, un asunto de Estado.
Lo que ha variado en esta oportunidad es la extensión. Como suele suceder con los autócratas, la presidenta tiende a la megalomanía y cree que su palabra reviste para los argentinos un valor superlativo.
Por eso nos estampó un discurso de tres horas y diecisiete minutos.
Es probable que sea el mensaje de apertura de sesiones más largo de la historia argentina.
Esa magnitud es por sí sola un exceso, pero si le sumamos la pobreza del contenido, las incoherencias y contradicciones, los muchos datos falsos o descontextualizados que leyó, entonces las más de tres horas se transformaron en un calvario para los legisladores, jueces de la Corte Suprema y diplomáticos extranjeros que, entre otras personalidades, se hallaban presentes en el recinto de la Cámara de Diputados, como para el resto de los sufridos argentinos a los que la cadena nacional privó de la posibilidad de mirar o escuchar otros programas.
Si tenemos en cuenta que además la señora de Kirchner habla casi cotidianamente en actos de todo tipo, muchos de los cuales, pese a su intrascendencia, son emitidos también por cadena nacional, es evidente la saturación que la palabra presidencial está provocando en vastos sectores.
La perorata presidencial, además, pretendió tapar con una catarata de cifras su absoluta falta de reconocimiento de los graves problemas que sufre el país.
La inflación, la inseguridad, la pérdida del autoabastecimiento petrolero, la calamitosa situación de los servicios públicos, nada de eso mereció ninguna mención, o por lo menos ninguna explicación minimamente razonable.
La presidente pretendió culpar al corralito del estado de los ferrocarriles.
Es un recurso muy burdo, porque se remonta a diez años atrás y ya hace casi nueve que gobierna el kirchnerismo. ¿O va a hablar de la pesada herencia que le dejó su marido?
¿Cómo es que no hay plata para invertir en transporte público masivo y educación y sí la hay para indebidos gastos de impúdica propaganda oficialista, como sucede entre otros en "Fútbol para todos"?
Cuando se gobierna deben elegirse prioridades, porque los recursos son siempre escasos. Los Kirchner eligieron: la propaganda, el autobombo permanente. Frente a eso, no queda mucho para los docentes, los trenes, los subtes o la seguridad.
El soliloquio también mostró facetas desconcertantes, que indicarían una notable pérdida de rumbo.
Así, por ejemplo, la "orden" que la señora de Krchner le dio a su canciller para que negocie la restitución de vuelos por Aerolíneas Argentinas a las Malvinas va en el buen sentido, pero se choca frontalmente con todo lo demás que su gobierno está haciendo en la materia.
¿Cómo se compadece esa medida con la presión de la Secretaria de Industria a grandes empresas para que no importen productos de Gran Bretaña?
¿O la prohibición del gobierno de Tierra del Fuego, sin dudas alentada por el gobierno nacional, de desembarcar a dos cruceros británicos cargados de turistas de todas las nacionalidades?Del mismo modo, la afirmación de que no se rescindió el contrato de TBA porque la Auditoría no lo había solicitado no resiste el menor análisis.
La Auditoría cumple su función elaborando los informes. El Poder Ejecutivo no tiene que esperar que se lo pidan para accionar en favor del interés público cuando un concesionario no cumple las obligaciones asumidas. Estos son sólo algunos aspectos de un largo e incoherente discurso, que no abre en forma auspiciosa el año político.
El Estado querellante, la justicia querellada.
La decisión del juez Bonadío de aceptar al Estado nacional como parte querellante en la causa por la tragedia ferroviaria de Once marca un nuevo hito en la reconocida subordinación política al poder de turno de muchos magistrados del fuero federal. El querellante es quien ha sufrido un perjuicio por la comisión de un delito directa e inmediatamente y que en tal carácter es tenido como parte en el proceso al efecto de aportar pruebas y controlar su producción, entre otros aspectos.
Mal puede ubicarse en ese carácter justamente quien aparece "prima facie" como uno de los responsables de la tragedia, es decir, el Estado nacional, que no sólo no controló eficazmente al concesionario sino que está seriamente sospechado de connivencia con él.
Bonadío trata de salvar esta incoherencia alegando que una cosa son los funcionarios y otra el Estado.
Pero con ese argumento borra de un plumazo toda la doctrina y jurisprudencia sobre la responsabilidad estatal.
Esta decisión judicial no augura una buena marcha del proceso.
Tal vez nos encontremos nuevamente ante la impunidad del poder político. La sociedad tiene que tomar conciencia de ello y no permitirlo.
(*) El autor es abogado y periodista.
Viernes 9 de marzo de 201
Dr. Jorge R. Enríquez jrenriquez2000@gmail.com
twitter: @enriquezjorge
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