LA CONVALIDACIÓN
DEL OPROBIO.
Por Nicolás Márquez.
Cristina Kirchner en la ceremonia de asunción y juramentación de su renovado mandato presidencial utilizó la frase
“que Él” me lo demande (junto a Dios y la Patria) en caso de incumplir esta los deberes de Presidente.
Esta fórmula retórica no es más que la consabida aplicación del culto a la personalidad, en la cual se pretende colocar al delincuente fallecido en el mismo pedestal que Dios, la Patria y obviamente la institucionalidad.
Esta fórmula retórica no es más que la consabida aplicación del culto a la personalidad, en la cual se pretende colocar al delincuente fallecido en el mismo pedestal que Dios, la Patria y obviamente la institucionalidad.
En suma, este mencionado fetiche lingüístico no es más que una remozada violación de las formas republicanas, un uso y abuso de la figura de los muertos, y una apelación mística consistente
en pretender darle una canonización pagana al extinto apropiador de los Fondos de Santa Cruz.
Nada de esto es verdaderamente relevante.
Lo realmente importante es que la muchedumbre agolpada aplaudía y celebraba el exabrupto propinado por la ramplona, a la vez que el grueso de la dirigencia y del periodismo no se escandalizó ni indignó ante estas muecas y declamaciones hostiles al sentido común, al buen gusto, al decoro y a la tradición republicana.
En síntesis, lo verdaderamente grave no es lo malo, lo feo o lo
repugnante de un determinado gesto o mensaje presidencial, sino la convalidación o habituación sociológica ante los desatinos vigentes.
“Hay que vivir como se piensa, si no se acabará por pensar como se ha vivido” advirtió el novelista Paul Bourget a comienzos del Siglo pasado.
en pretender darle una canonización pagana al extinto apropiador de los Fondos de Santa Cruz.
Nada de esto es verdaderamente relevante.
Lo realmente importante es que la muchedumbre agolpada aplaudía y celebraba el exabrupto propinado por la ramplona, a la vez que el grueso de la dirigencia y del periodismo no se escandalizó ni indignó ante estas muecas y declamaciones hostiles al sentido común, al buen gusto, al decoro y a la tradición republicana.
En síntesis, lo verdaderamente grave no es lo malo, lo feo o lo
repugnante de un determinado gesto o mensaje presidencial, sino la convalidación o habituación sociológica ante los desatinos vigentes.
“Hay que vivir como se piensa, si no se acabará por pensar como se ha vivido” advirtió el novelista Paul Bourget a comienzos del Siglo pasado.
La Argentina del Siglo XXI pareciera esforzarse en darle la
razón al célebre escritor.
Todo indica que el grueso de los argentinos se han adaptado y
aclimatado al paternalismo estatista (ahora decorado con liturgia filo-religiosa) de un modo tan consustanciado, que estos episodios no solo no causan exasperación sino que encima arrancan aplausos entre los acólitos e indiferencia entre los disidentes.
Hay algo peor que convivir con la podredumbre moral y formal:
acostumbrarse a vivir en esa situación o peor aún, empezar a disfrutar de vivir así.
Nicolás Márquez
<http://www.laprensapopular.com.ar/
razón al célebre escritor.
Todo indica que el grueso de los argentinos se han adaptado y
aclimatado al paternalismo estatista (ahora decorado con liturgia filo-religiosa) de un modo tan consustanciado, que estos episodios no solo no causan exasperación sino que encima arrancan aplausos entre los acólitos e indiferencia entre los disidentes.
Hay algo peor que convivir con la podredumbre moral y formal:
acostumbrarse a vivir en esa situación o peor aún, empezar a disfrutar de vivir así.
Nicolás Márquez
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