El Papa y yo.
Por : Enrique Guillermo Avogadro .-
“Todo proyecto cultural esconde una estrategia de
guerra”.
Pola Oloixarac.
A continuación, un texto que envié a algunos amigos desde el sábado, y me permito alterar mi costumbre de escribir sólo una nota semanal porque ha circulado mucho en las redes pero atribuido a “Luis Avogadro”.
Como no sé de quién se trata, prefiero entonces asumir la responsabilidad de mis dichos.
Por ser católico, apostólico y romano, me he
abstenido hasta hoy de emitir opinión acerca del
extraño comportamiento del Papa Francisco con
relación al mundo en general y, sobre todo, a la
Argentina.
Nunca he dicho cuánto disentía acerca de su clara
posición pobrista y anticapitalista, con el que
machaca en cada viaje que emprende y, menos aún,
de su manifiesta debilidad amorosa por cuanto
delincuente argentino se acercó al Vaticano, desde
los condenados saqueadores -Cristina Fernández y
su séquito de cómplices- hasta Juan Grabois, uno
de los más destacados “gerentes de la pobreza”,
cuyas criminales conductas no hicieron más que
reiterarse a través de los años, y pasando por los
nefastos y eternizados dirigentes sindicales,
enriquecidos sin medida a costa de sus
representados.
Tampoco lo hice cuando mostró fotográficamente
su manifiesto rechazo a la gestión de Mauricio
Macri mientras se reía a carcajadas con todos
aquéllos que ya han sido condenados por la
Justicia por robar recursos públicos y algunos por abusos sexuales.
Y ni siquiera cuando, al visitar a los sanguinarios
dictadores cubanos, se negó a recibir a las
heroicas Damas de Blanco, que reclaman aún por
sus hijos presos en las mazmorras castristas, o
cuando recibió con afecto al asesino Nicolás
Maduro mientras ignora hasta hoy a María Corina
Machado, la tan corajuda dirigente que encabeza
el tsunami de libertad que avanza en
Venezuela.
Callé inclusive cuando los presos políticos militares, individualmente, se dirigieron a él para pedirle sólo una bendición y ni siquiera les respondió.
Por supuesto, también se negó a recibir a las mujeres de esos mismos presos, y a una delegación de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, a la cual pertenezco, cuando sólo pretendía su opinión sobre la permanente violación de los derechos humanos de esos mismos presos.
Y seguí en silencio cuando, muy recientemente,
ordenó el traslado de un sacerdote por haber
cometido el supremo pecado de fomentar una
visita humanitaria de algunos diputados libertarios
a las cárceles en que mueren en vida.
Pero ayer Bergoglio agregó la gota que derramó el
tan contenido vaso.
Y lo hizo sin dejar duda alguna de su posición
ideológica, respaldando y dando aire a los peores
movimientos de izquierda, siempre violentos,
extorsionadores y abusadores de los derechos de
los demás, y denostando el protocolo que los obligó
simplemente a respetar la ley y terminar con los
piquetes que tanto complicaron la vida de todos
los ciudadanos con cortes de calles y rutas..
Al incitar a sus oyentes –la lujosa comitiva de la CGT (el gangster Pablo Moyano incluido) que fue a visitarlo esta semana- a luchar por una “justicia social” que tanto ha empobrecido a sus teóricos destinatarios, ratificó su pertenencia a ese peronismo anacrónico y denostado en las urnas por la mayoría de los argentinos, hartos ya de discursos que han traído tamaña decadencia.
Y al condenar explícitamente, como lo hizo ayer, al
Gobierno argentino por cumplir el imperativo stitucional de garantizar la libre circulación utilizando gas pimienta (que sólo produce molestias temporarias) para reprimir a quienes agredían a policías, prefectos y gendarmes, evitando así que se repitieran las dantescas escenas que concluyeran con dieciocho toneladas de piedras arrojadas sobre las fuerzas de seguridad, el Pontífice abdicó de su rol celestial.
Esa palabra, Pontífice, quiere decir “hacedor de
puentes”, y ha quedado claro que ha preferido
profundizar la grieta que tanto nos lastima desde
hace décadas.
Y qué decir de su sibilina denuncia de corrupción,
cuidándose muy bien de precisar cuándo se habría
producido, y sin identificar a quién le habría
contado el episodio ni quién habría pedido la
coima.
Al no dar esos datos fundamentales, dejo
traslucir que el sayo caía al gobierno de Milei, en actitud demoníaca y demonizadora, pero nunca se refirió a los probados hechos de defraudación a este Estado tan escuálido precisamente por ellos, que cometieron las gestiones kirchneristas.
Sus extrañas preferencias políticas lo llevaron a
ausentarse nada menos que de la reinauguración
de la Basílica de Notre Dame, después del terrible incendio que enlutó a Paris.
Hace bien el Papa en seguir difiriendo su primer
viaje a la Argentina, su patria, algo que llama la
atención de propios y extraños en el mundo entero.
Si lo hiciera, seguramente se encontraría con una
profunda repulsa hacia su figura y correría el
riesgo irreparable de no convocar aquí las
multitudes que tanto aprecia en sus visitas a los
lugares más remotos del globo.
El daño que Francisco ha causado a la Iglesia
Católica es verdaderamente inconmensurable,
revirtiendo cuanto habían logrado San Juan Pablo
II y Benedicto XVI, su inmediato predecesor.
En lo que me atañe, creo que ya ha quedado claro
que, con enorme dolor, dejo de reconocerlo como
representante de Cristo en la tierra.
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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